Divagaciones de una Poulain
by Nea Poulain
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viernes, 30 de octubre de 2020

Contra el prescriptivismo en la literatura

Este es un proceso de años que vino a explotar en el año 2020. Estoy harta de ver reglas arbitrarias de consejos de escritura y a escritores frustrados porque no pueden seguirlas. Igual es que vivo en una burbuja de tuiter en la que eso pasa mucho, pero llega un punto en el que paso de la risa a la frustración y quiero dedicarle un último ensayo a este prescriptivismo. Así que, aquí vamos, supongo.

Durante mucho tiempo pensé en jugarle desde adentro, meterle goles, ir en su contra. Hacía entradas disfrazadas de entradas de consejos para el NaNoWriMo haciendo énfasis en la idea de que escribir no tenía por qué ser un sufrimiento, que la salud mental era primero y que no era divertido si estabas estresado todo el tiempo. No funcionaba. Dejé de compartir mis avances en números de palabras porque, aunque algunos eran satisfactorios para mí, ya no me importaba tanto el demostrar que estaba escribiendo y me parecía dañino contribuir a la idea de que un escritor es sólo la cuenta de las palabras que escribe. Los únicos consejos que hay en mi blog son entradas sobre la puntuación (que me siguen pareciendo valiosos, para ir en contra de las normas hay que conocerlas). Nunca voy a hacer algo en la línea de "cómo escribir a un personaje mexicano" porque me parece aberrante pensar que existe tal falta de sensibilidad que son incapaces de escribir personajes de otras nacionalidades sin requerir un instructivo (en especial porque no hay un instructivo que valga con tantos millones de personas diferentes; me parece una aproximación mucho más honesta acercarse desde lo humano y hablar con muchas personas). Lo único que ofrezco es esto: un manifiesto claro contra el prescriptivismo en la literatura

La epidemia de consejos

La mayoría de los consejos que nos traban se esconden tras las buenas intenciones. A veces ni siquiera nos damos cuenta que estamos completamente trabados. A veces cuesta años darnos cuenta del daño que nos hizo escuchar tantas instrucciones —a menudo contradictorias— cuando pasan años. Hay voces que se quedan en tu cabeza diciéndote que lo estás haciendo mal

El año pasado volví, tras mucho tiempo, a escribir fantasía épica. Mi odio por los consejos de blogs de literatura y ese hecho parecen no estar relacionados, pero, en realidad, tienen todo que ver. Pasé casi cinco años sin escribir épica porque leer tanta mierda (perdón, eso es lo que siento por los consejos) me convenció de que era algo dificilísimo que yo nunca podría hacer. Y luego escribí algo en un mes que salió sólo. Y luego escribí sobre sirenas, piratas y hadas y el fin del mundo. Sobre torres que eran escuelas de hechicería. Escribí sobre brujas a lomos de dragones. Escribí sobre guerreros enamorados de dragones. Escribí sobre magos y hechiceros. Escribí sobre otros mundos. Y me di cuenta de que no era tan difícil como me habían hecho creer.

Los pilares de la fantasía no eran ni mis sistemas de magia (por qué confundir magia con ciencia, cuando en la imaginación cabe lo imposible) ni mi worldbuilding (término que tiene más relación con las partidas de rol; en un libro no importa si mis ríos corren en la dirección correcta si estoy escribiendo sin alma alguna); no eran ni siquiera mis héroes, a los que tanta importancia les doy cuando escribo. Ni era ninguno de los pilares que me decían los artículos gringos que alimentaban a un algoritmo que escupía contenido. Tenía más que ver con la imaginación y el lenguaje, con ser capaz de evocar otros mundos y acercarme desde ellos a lo humano. Aprendí más leyendo fantasía que consejos de como escribirla. 

Esto, por supuesto, no se limita a la fantasía, pero para mí empezó con ella. La obsesión por crear sistemas políticos "realistas" (qué es realista en la fantasía, ¿a poco su imaginación tiene fronteras?) y escribir sobre como hacerlo no me ayudó a crear ninguno. Se volvió más fácil poblar mis mundos leyendo a Marx y a Engels, que al final escribían de cosas humanas, que leyendo columnas que insistían que la fantasía tenía que ser "realista" (insisto, creo que no saben lo que significa la palabra que están usando; yo me iría más por verosímil y todo puede ser verosímil con el suficiente amor y trabajo en el lenguaje y la imaginación). Hay también una obsesión extraña por la uniformidad de los llamados "sistemas de magia" y gente que hasta les ha puesto ¡leyes! Cosa que no entiendo en lo absoluto. Fue hasta después que recordé La historia interminable y cómo Ende valoraba a la imaginación como un super poder y cómo Fantasia era tan vasto que nadie lo conocía entero y no tenía fronteras que recordé que en la fantasía no hay reglas y me senté a escribir. La cosa no para allí (¡ojalá!).

Pero de repente había reglas y casi fórmulas matemáticas de cuantos diálogos tenía que tener una historia y cuánta descripción. ¡La gente se atrevía a ponerle porcentajes como si la literatura pudiera ser calificada de esa manera! De repente si no tenías suficientes diálogos, la historia era aburrida. Si eran demasiados, faltaba descripción. Se ignora que hay obras magníficas que tienen muy pocos diálogos al modo convencional (por ejemplo, La casa de los espíritus de Isabel Allende, incluso Cien años de soledad de Gabriel García Márquez) u otras que se valen específicamente de los diálogos para todo (El beso de la mujer araña de Manuel Puig hizo maravillas por mi escritura, mis maestros siempre han sido otros escritores que leo). ¡Hay quien pretende ponerle fórmulas mágicas a la longitud ideal de un cuento! ¡Quien te dice en qué orden hay que describir! ¡Cómo hay que hacerlo! ¡Cada cuánto hay que intercalar un párrafo! ¡Quien dice que nunca tienes que usar un adverbio porque un escritor gringo dijo que no le gustaban! Y después de todas las instrucciones tienen el descaro de decir que solo son consejos, que al final cada quien sabía qué le funcionaba.

El problema existe cuando no sabes qué te funciona y de todos modos ya te plantaron la semilla en la frente.

Usualmente, pienso en las buenas intenciones. En serio. Creo que muchas de esas personas, sobre todo las que lo hacen de a gratis, creen que están haciendo algo bueno. En serio. Siguen las tendencias, quieren ayudar, no todos se dan cuenta de que están alimentando a un algoritmo que no se detiene. Mi problema va con los grandes best-sellers o las editoriales. Ya no están animando a escribir, están creando productos que ya van empacados en cajitas que no permiten la exploración. Libros-producto que es entendible que las editoriales quieran cuando hay que vender. Libros sometidos a sobreediciones para calzar con estadísticas de diálogos y ser ante todo, correctos según las reglas de lo mainstream.

Y aunque siempre intenté ignorar los consejos, la epidemia de estos también me alcanzó.

El escritor como producto

Creo que fue en 2016 cuando empecé a ver los cursos y consejos de marketing para escritores. Muy bien, entiendo su existencia. De repente la autopublicación estaba en boga, nadie quería saber nada de las editoriales e intentar ser leídos por otros medios era algo que había que explorar. Como escritora que siempre ha estado acostumbrado a estar en los márgenes (de los géneros, puesto que escribo fantasía y a veces ciencia ficción; de la publicación, pues mi producción en fanfiction se mezcla con lo que escribo para otros proyectos, aunque sea increíblemente diferente; geográficamente, puesto que me encuentro en el sur global) entiendo que la oportunidad de que te leyeran así era muy interesante. Para algunos era la meta: publicar. Decir, tengo un libro. Hay quien en eso ve el triunfo y no lo critico. Para mí cualquier medio de publicación (tradicional o no) era más un medio que un fin. Así que seguí con calma. Supongo que tuve suerte.

Me ha tocado ver a las mejores mentes de mi generación acabar aplastadas bajo el algoritmo. Sufrir crisis porque sus perfiles no son lo suficientemente profesionales (por favor, qué importa, no vamos a estar todo el día hablando de ser escritores, aunque no dudo que haya quien lo intente), hacer cualquier cosa con tal de que el algoritmo les funcione. He visto escritores que quieren los llamados "blogs de escritores" (desde ahorita: este no es uno, este es un blog personal donde le grito a las nubes) entregarlos a granjas de contenido donde redactores que le vendieron su alma al capitalismo escriben artículos con buen posicionamiento para que parezca que son activos (ya trabajé de eso, en serio, no hay alma alguna, ni arte, ni nada; no es lo mismo escribir eso que escribir desde el corazón y volcando tu ser, pero bueno). He visto gente convencida de que si no tiene buen marketing no va a llegar a ninguna parte.

Entonces van las tendencias: hay que alimentar al algoritmo. Si no estamos hablando de nuestras novedades o de lo último que publicamos, hay que hablar de lo que escribimos. Hay que proyectar una imagen de escritores todo el tiempo. O de autores. O el término que quieran ustedes. Eso se junta a que ahora muchas mujeres buscan reivindicarlo para sí, después de vivir en los márgenes de un sistema editorial mayormente injusto, por ejemplo (y otras miles de cosas más). Yo personalmente nunca he tenido problemas para nombrarme escritora, aunque haya publicado "tradicionalmente" (porque ni tanto) una sola vez, pero cada quien tiene su historia con las palabras y creo que hay que buscar formas más sanas de relacionarnos con lo que somos (digamos que es profesión o no, porque yo no lo digo, pero no es hobby, más bien es una clase de destino) que estar constantemente alimentando al algoritmo.

A veces disfruto ver a las personas que con amor comparten sus proyectos. Yo insisto en que hay diferencia entre quien lo hace con mimo, amor y un poco de alma a quien está preguntándose a qué hora su tuit va a tener mayor alcance, eso sí. Sin embargo odio esta cultura en la que si no estás hablando constantemente de lo que estás escribiendo no estás escribiendo y además, siguiendo las reglas de lo mainstream. No tengo nada en contra de los hashtags de los proyectos o de los aesthetics o moodboards o fichas de personaje o cualquier pendejada que hagan (yo hago mapas mal hechos para no confundir este con oeste porque soy estúpida). Para qué iba a tener cosas en contra de cadenas de caracteres o simples imágenes. Me molesta la cultura alrededor de ello en lo que de repente parece una imposición y nadie se sale de la norma. ¡Genial, primero nos salimos de la norma de las editoriales de monopolio y luego creamos otra más!

En serio, hagan lo que quieran. Alimentar al algoritmo no va a hacer demasiado por ustedes si no tienen pasión por escribir o amor a lo que están creando. Los consejos de escritura y los consejos de marketing no ayudan: paralizan. Lo hicieron conmigo. Muchos años. Tantos y tan variados que no sabes a quién hacerle caso. Y a veces son reverendas pendejadas, como el consejo mierda ese de no narrar sueños. Creo que es un deber ignorarlos todos, escribir lo contrario a lo que me dicen, recordar una y mil veces que en la escritura no tiene por qué haber prescriptivismo. La literatura es ese pedazo del mundo en donde podemos romper y volver a ordenar la gramática y la puntuación, donde podemos crear todo lo que no existe, donde podemos hablar desde la imaginación. No dejen nunca que nada los limite.

Especialmente, no lo que está haciendo el vecino.

viernes, 5 de julio de 2019

Cómo planeo para el #CampNaNoWriMo

¡Hola a todos! Hoy no es día de hablar de libros sino hablar de escribir porque estamos en el mes del Camp NaNoWriMo (ya saben que se hace uno en abril y otro en julio y si no saben pues lo acaban de averiguar). El Camp funciona como entrenamiento para el NaNoWriMo en noviembre, ya saben, cuando uno va por todo o nada (50K palabras o 50K palabras). Ya una vez escribí una serie de consejos donde sobre todo les recomendaba aprovechar la flexibilidad del Camp a la hora de fijarse una meta, que les recomiendo que chequen si lo están haciendo ahora mismo y planean hacerlo dentro de poco. Hoy vamos a hablar un poco de planeación. Hasta yo, conocida por hacer outlines de tres líneas, planeo cosas. Bueno, les voy a contar un poco de que hago con unos cuantos consejos.


A ver, los NaNoWriMos son retos de cantidad y no de calidad. Esa es la primera cosa que quiero dejar en claro, porque sé que muchas personas se sienten mal cuando sienten que sus borradores no están quedando tan pulidos como querían, que la planeación se salió un poquito de control o que de repente están trabados porque lo planeado ya no les gustó y necesita ajustes. Para empezar, ningún primer borrador es excelente. Todo necesita que lo veamos con ojos descansados (por eso dejar las cosas a reposar unos días después de terminarlas es buena idea) y corrijamos. Nadie se salva de ese trabajo del mal. Después de corregir una vez, hay que corregir otra y otra y otra. No hasta el infinito porque si o nunca tendremos algo terminado, pero se entiende. Así que el chiste es sacar adelante la historia. Como sea, pero que la estructura o el esqueleto salga como nosotros queremos para corregir sobre eso. Por eso planeo algunas cosas. Ahora sí, me voy a ir por partes para decirles lo que hago y soltarles consejos o recursos.

Hojas de personajes


Soy una persona que suele escribir historias character-driven, por lo que para mí lo más importante es tener claro quienes son los protagonistas. Siempre me ha gustado hacer fichas porque soy una master de hacer fichas para partidas de rol por foro enormes, con backstory enorme y muchos detalles para luego desarrollar todo on-rol. Sin embargo, para las novelas, me voy más a lo simple y básico que a las fichas muy largas. ¿Por qué? Porque en el rol tu ficha la va a leer otra persona y es importante que tenga todos los elementos del pasado de tu personaje que tu consideres importantes para su historia y porque es una carta de presentación. El rol narrativo, ese que se juega por foro, es otro tipo de storytelling colectivo donde cada quien va aportando poco a poco y no es lo mismo que escribir una novela solitariamente. Así que no necesitas tanta cosa, menos para proyectos como el NaNoWriMo. Así que acá va el primer consejo: si haces fichas de personaje (y no es mala idea hacerlas si eres character-driven), que estas sean lo más concisas posibles.

Además, sé consiso en qué personajes obtienen una ficha. Yo sólo la hago para protagonistas, personajes con un papel muy amplio o significativo en la trama y antagonistas. El resto a pastar, que no hay tiempo que gastar en personajes que aparecen una línea y no son tan significativos como otros. 


Por otro lado, sé que hay quien hace modelos de fichas y es bueno tenerlas en cuenta. Pero no te quedes con un modelo estático. Yo usualmente diseño las mías propias, porque tienen tan pocos campos que me suele quedar grande todo. Además, lo hago porque con cada proyecto soy flexible. Por ejemplo, con un proyecto no me sirve describir con detalle la apariencia de alguien en la ficha y en otro proyecto sí. En un proyecto necesito saber edades o a qué se dedican y en otro no... O sea: pon lo que sea relevante para la historia. Por poner dos ejemplos:

1) Proyecto A: Tengo un setting post-apocalíptico, necesito saber cómo sobreviven o se ganan la vida mis personajes. Así que además del nombre y la edad, agrego ocupación a la ficha y ahí pongo como se dedican a sobrevivir. No necesito nada más, pero dejo un campo vacío sobre cosas relevantes para ir escribiendo cosas que no debo olvidar conforme vaya avanzando en la novela.

2) Proyecto B: Es de Fantasía Urbana en la Ciudad de México e incluye dioses de la mitología mexica. Todos ellos pueden presentarse ante el resto con una apariencia humana, pero quiero que tengan elementos de sus representaciones como dioses, entonces además de poner quiénes son, cómo se hacen llamar para aparentar ser mortales, describí su aspecto, especialmente los detalles que tienen que ver con su identidad divida y esas cosas.
Ejemplo del proyecto B

No se crean que mis fichas son muy largas, no pasan de una hoja en una libreta no muy grande. Como dije, ser conciso es lo mejor porque además te ayuda a descubrir muy fácilmente los motivos de tu personaje o te obliga a poner en pocas palabras cuál es su núcleo. Además de eso, suelo poner como dato curioso cuál es su moral alignment si es que tienen alguno o, en otros cosas, en que casa (o casas) estarían si yo estuviera escribiendo un Hogwarts AU (universo alternativo), lo cual me funciona porque debido a que escribo fanfics de Harry Potter, conozco diversos arquetipos de diversas casas y puedo aplicarlos fácilmente. O sea, lo de hacer fichas de personaje, mientras más flexible y conciso, mejor para mí.

El truco es experimentar y descubrir qué te funciona (pero recuerda, lo de hacer cosas simples es un buen consejo).

Outlines (o escaletas)


Soy la reina de hacer outlines de tres líneas o muy breves y lo recomiendo ampliamente para proyectos como estos. ¿Por qué? Primero, son proyectos de escritura a la que yo le digo de fondo. No son imporsibles, son proyectos que pueden ayudarte a hacer de la escritura un hábito (que es escribir diario hasta lograrlo), pero también son proyectos donde la frustración puede atacarte desde todos los ángulos. Primero, porque sientes que lo que estás escribiendo no es suficientemente bueno (recuerda, es un primer borrador, tendrás oportunidad de pulirlo, no debe ser perfecto a la primera); puede atacarte el síndrome del impostor (¡dale con una silla hasta que se vaya...! Vale, no, ojalá fuera tan fácil de correr); puede frustrarte tener una planeación detallada porque estás trabado o trabada en alguna parte que no sabes como cambiar sin deshacer todo o porque ya te fuiste por otro lado. La mejor forma de evitar eso es hacer un outline flexible. 


¿Cómo lo hago yo? Marco un punto de partida, en general, es muy bueno empezar a narrar la historia allí donde todo empieza a cambiar. O sea, nuestros personajes tenían vidas aparentemente normales (en su setting, claro, la definición de normal es extremadamente flexible) hasta que... *inserte aquí cosas que pasan*. De ahí, la cosa queda muy libre, pero siempre, siempre, siempre marco cuál será el final o descenlace para tener siempre claro a dónde debo llegar. Eso evita desvíos o rodeos enormes. Además, marco un par de puntos clave que sé que necesito poner en alguna parte y lo demás lo dejo libre. Por supuesto, cada quien es libre de marcar todas las cosas que crea importantes, pero la flexibilidad ayuda a que un outline sea adaptable al cambio y a que la escritura no se vuelva frustrante porque no hay suficiente espacio para experimentar en el momento.


Hay que ser cuidadosos a la hora de escribir para no acabar con desmadres, pero la verdad es que en mi experiencia es lo que más me da resultado. Por supuesto, esta no es una receta para todo el mundo, cada quien tiene que experimentar con cómo funciona mejor (es más, hay personas que no hacen el NaNo o proyectos parecidos porque no trabajan bajo presión y eso está bien, a cada quien según sus necesidades y de cada quien según sus capacidades). Esos son todos mis consejos por hoy, ¡sigan escribiendo! (Y a ser posible, ahuyenten al síndrome del impostor a patadas o como mejor les funcione, no compren la idea de que los escritores son unos cuantos talentos impresionantes: si escriben, son escritores).


sábado, 6 de abril de 2019

Sobre el #CampNaNoWriMo: retrato de una escritora

Estoy haciendo el CampNaNoWriMo. No me cuesta trabajo (tanto) porque ya me conozco lo suficiente como para saber qué clase de proyectos me animan a escribir mucho en poco tiempo y por qué trabajé muchos años en hacer de la escritura un hábito. Escrito diario. Las únicas excepciones para no escribir es que no tenga tiempo porque estoy de viaje o trabajo doce horas o algo así. E incluso así, a veces escrito. Soy obsesiva. Reviso treinta veces (y de todos modos se van typos en los fanfics). Así que los últimos días he estado haciendo un ejercicio de pensar en cómo he evolucionado como escritora y cómo ha evolucionado lo que escribo. Y esta entrada es acerca de eso. Perdón si los aburro, pero vamos a hacer introspección.

Escribo desde que tengo uso de memoria. Ya lo he dicho antes y en otras entradas, pero escribo porque soy absurdamente creativa y el único talento que me dio Diosito, en el que no creo, fue escribir. No, esperen, no es cierto. Nací sin muchos talentos en realidad. Tener una voz decente al cantar me ha costado sangre, sudor, lágrimas y mucha pena ajena. No dibujo (aunque tuve un tiempo en el que colorear me fascinaba y lo hacía bien) aunque mi sueño es escribir el outline de un cómic o novela gráfica (alguien cumplámelo, por favor, yo pongo la historia y la escritura). No tengo ninguna clase de oído musical. No entiendo el arte, sólo dejo que me lo expliquen y lo admiro. Escribir es, realmente, el momento en el que atasco mi creatividad. Se me da bien crear historias, armar historias, sacar historias de la nada, contar historias con las premisas que mi esposa me pone en telegram, imaginarme otros mundos. Eso se me da bien.

Escribir es otro asunto.

No entiendo la imagen intelectual o cool del escritor. La imagen del escritorio ordenado, el orden de la planeación ni los miles artículos de papelería. Sólo acumulo libretas donde anoto ideas y outlines en letra cursiva de manera desordenada. No entiendo el café (por qué no me gusta), la necesidad de estar concentrado, sin ruido. Los rituales. ¿Las páginas que ofrecen recursos para escritores? ¿Hojas de personaje? ¿Fichas? Nunca me ha funcionado nada de eso. Escribo con música ruidosa, con la tele que alguien más está viendo a todo volumen en el fondo, con el ruido de la cocina, de la lavadora, de lo que sea. Escribo mientras trabajo, mientras estudio, mientras veo series o videos en youtube. No estoy bromeando. Escribo porque escribir para mí es como respirar: vital. Soy un caos, también.


No me molesta ser un caos. Mientras escriba diario, estoy en paz.

He luchado toda mi vida contra el bloqueo del escritor. Sé que existe y huyo de él tanto como puedo. Escribo en benders de cinco o seis horas que me dejan con el cerebro frito tirada en el sillón porque es la única manera que conozco de escribir (incluso estas entradas, que después reviso). A veces, cuando tengo un día libre, dos palizas en un día. Lo hago porque es mi manera de mantener el cerebro trabajando y de seguir el hábito. Escribir para mí no es un talento nato (ese nada más fue mi imaginación activa). Es un hábito. Es un hábito como comer sano, lavarse los dientes y salir a caminar todos los días. Es la única manera en la que concibo mi manera de ser escritora, incluso con trabajo aparte de escribir, incluso trabajando ocho o diez horas por culpa de maldito capitalismo (no me recuerden que la última FILIJ trabajé turnos de nueve horas mientras intentaba hacer en NaNoWriMo). Sé que no es así para todos, pero esto es un retrato. Por un momento, estamos hablando solamente de mí.

Si quieren saber cómo lo hice un hábito: escriban diario durante un mes. No necesitan escribir demasiadas palabras. Cien bastan. Luego háganlo otro mes. Y luego otro. Y luego otro. Y luego otro, hasta que no necesiten recordarse que tienen que hacerlo. (Por supuesto, háganlo sólo si no afecta ni su salud física o mental, esto es muy importante, hasta una obsesiva insana como yo ha pasado épocas sin escribir simplemente porque mi cerebro necesitaba un descanso).

Llevo más de diez años escribiendo, pero llevo exactamente diez publicando cosas en internet. Los cumplí el 4 de enero de este año. Desde antes ya había decidido que me iba a llamar a mí misma escritora, porque eso era. Qué importaba que los últimos seis años sólo hubiera compartido fanfiction, porque estaba guardando el trabajo original para otras cosas (o simplemente para mi cajón). En diez años, he analizado muchas veces qué temáticas escribo y he experimentado mucho. Es algo que me ha permitido hacer el fanfiction y de lo que ya he hablado. He podido experimentar con temáticas, con estructuras, narradores, hasta estilos. Lo he podido hacer porque el fanfiction me brinda un mundo que ya existe y me permite jugar con él. Puedo ver qué funciona y qué no antes de meterlo en uno de los mundos que he creado. Para mí, experimentar es parte de escribir. Claro, soy una edgy de mierda y por supuesto que ya escribí una historia empezando desde el final, una historia intercalando tipos de narración (segunda persona contra tercera), experimenté con todos los tipos de narradores posibles, escribí una historia que contenía sólo diálogo. Edgy, dije.

 
Lo que me hace volver al hecho de que analizo mucho lo que escribo. Me tomó diez años (poco menos, quizá) descubrir qué era lo que sabía escribir bien y qué era lo que me gustaba escribir. Lo descubrí leyéndome, claro. Aguantándome el cringe de lo primero y admirándome por cómo empecé a mejorar. Ya les conté que mucho tiempo en mi adolescencia me identifiqué con lo emo (por accidente, ya hablamos de eso en una entrada pasada) y que eso me llevó a oír mucha música (buena y mala) y más que eso, me llevó a buscar cierto tipo de aesthetic (que hoy en día no tiene nada que ver realmente con lo emo que fue el 2007 pero que tiene sus raíces justamente ahí), cierto tipo de temática y cierto tipo de historias cursis y tristes hasta la médula. Gracias a Diosito, en el que no creo, no me quedé allí y evolucioné. I stepped up my game. Pero seguí buscando sentir lo que esas historias malas me hacían sentir. Las emociones. Seguí buscando lo desgarrador a la vez de hermoso, el enfoque tremendo en los sentimientos, la tragedia en la que al final hay esperanza, quería sentirme desgraciada pero ser feliz por ello, justo como dice Ron Weasley en Harry Potter. Y quería causar lo mismo. Sólo que con historias de calidad.

La mayoría de mis historias, aunque con magia, tramas complicadas, crímenes enredados, paradojas y viajes en el tiempo y todo tipo de criaturas fantásticas, llevan mucho tiempo buscando el enfoque en lo emocional, en lo sentimental, en las relaciones humanas y en preguntarnos qué dentro de nosotros nos lleva a hacer lo que hacemos, a enamorarnos de quien nos enamoramos o por qué construimos las relaciones que construimos. Casi todas (con excepciones de cosas escritas casi por encargo) buscan eso. Lo cual no quiere decir que todas lo logren. Estoy segura de que ni siquiera una mayoría lo hace realmente cuando las releo, pero hay cosas de las que estoy orgullosa. Cuando se habla de tipos de escritores, sé que soy escritora de brújula (no planeo o planeo poco, simplemente sé a donde quiero llegar o qué pay-off quiero causar), sé que todas mis historias son character-driven, los personajes nunca están al servicio de la trama porque soy obsesiva en su coherencia dentro de las incoherencias humanas; entonces, mi trama siempre está al servicio de los personajes. Cambio las cosas radicalmente cuanto tengo que hacerlo sólo para que los personajes queden mejor perfilados y construidos. Creo que esa es una de las herencias que el rol dejó en mí.

Soy jugadora de rol. Hace mucho que no juego ni una miserable partida o trama o nada (fuera de un experimento raro de tuiter que tengo ahora mismo), pero me gusta pensar que todavía lo soy y que un día volveré a hacerlo (quien sabe, la vida da vueltas). Soy una de las pocas personas que disfrutaba hacer las fichas de personaje porque era una obsesiva con ellas. En los foros, lo que más importaba en ellas era la historia y que esta tuviera sentido. Era algo cansado. Pero siempre me gustó crear historas para mis personajes que explicaran por qué, en resumen, eran unos traumaditos. Mis personajes casi siempre están messed up porque it's okay to be messed up y lo más satisfactorio es hacerlos evolucionar para que dejen de estarlo (no sin antes arrojarlos al fondo del pozo, storytelling básico), llevarlos a un punto en su vida en el que se entiende por qué lo que estoy escribiendo se acaba: porque ya no es necesario seguir contando. Me gusta lo triste pero también me gusta la esperanza. Casi todas mis historias largas han acabado en un momento de esperanza en medio de la tristeza y no es algo que haya hecho a propósito, es simplemente un patrón del que me di cuenta muchos después de haberlas creado. En mi retrato de escritora, supongo que eso quiere decir que es algo que también busco. 


Al último, reconozco que escribir es un acto político. No es un acto político sólo porque sea mujer (y hay una clara historia en las que a las mujeres se las ha alejado de cualquier trabajo intelectual o creativo), sino porque escribir es, además, ponerle un pedazo de mí a todas las historias y conmigo se va toda mi ideología. Antes que todo, soy un ser político. Cada palabra que pongo en el papel está allí por una razón (además de que sobrevivió a todo mi proceso de autoedición, porque de momento es lo mejor que tengo para pulir lo que escribo). Sé, a grandes rasgos, como es mi estilo (porque al analizarlo estoy biased, soy la propia autora). Sé que quiero ser honesta, que pongo los sentimientos por encima de todo lo demás, que prefiero el mostrar a contar, que soy algo así como una Marie Kondo de la redacción: ¿tu adjetivo no sirve de nada? Quítalo. ¿Esa descripción que pusiste no aporta nada? Tampoco va. ¿Ese objeto que mencionaste como si fuera a ser algo importante en la trama y no lo fue? Se va. Así me hablo a mí misma cuando corrijo (de por sí escribo cosas que quedan muy largas para lo que inicialmente planeo, imagínense si dejara todo lo que corto, que usualmente se corta para poner información más útil).

Finalmente, creo que en este punto de la vida en el que llevo diez años publicado y una vida escribiendo, sé que no quiero ser una escritora cool. Quiero que me publiquen lo que escribo. Y ya. No quiero formar parte de ningún club intelectual o cool. Después de todo, soy brutalmente honesta. Incluso en la ficción. Al final, soy una escritora que se mata el cerebro en benders de seis horas escribiendo, con música a todo volumen, que escribe en la sala de su casa porque no hay estudio, en medio del ruido, las conversaciones y la gente. Esto soy.

Así estoy escribiendo el #CampNaNoWriMo. Como se puede.