Divagaciones de una Poulain
by Nea Poulain
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domingo, 6 de enero de 2019

Razzies Literarios (V)

Ha llegado esta época maravillosa en la que yo listo mis peores y mis mejores lecturas. Por supuesto, no podía faltar que yo tuviera malas lecturas, es imposible tratándose de mí. Hay quien dice que me gusta sufrir, pero yo sólo digo que los malos libros me persiguen. Es más, dos de los presentes en esta lista ni siquiera los leí por gusto. En fin, vamos con las peores lecturas del 2018 que, gracias a dios, no son demasiadas. Sólo hubo cuatro libros que quise aventar por la ventana (muchos otros malos, pero sólo cuatro tan malos que recomiendo activamente que nadie se acerque a ellos).


Peligro de suerte, Norma Muñoz Ledo


Seiscientas páginas sin trama a las que les sobraban como quinientas cincuenta o hasta más. Personajes mal construidos, mensajes moralinos y tendencia de tratar a los lectores como reverendos pendejos son sólo algunos de los pecados que comete este libro. Los analicé con gusto en la reseña que hice, pero lo que en su tiempo más me enojó del libro es la idea de usar a los pobres como los props de una historia en la que quieres mostrar qué tan progre es una familia. Y eso es algo que hace con la gente pobre, con los indígenas, con los gays, con los cuarenta y tres. Toda esa gente, todas esas luchas sociales no están ahí para ser la utileria de tus protagonistas, para que nos muestren que tan abiertos y tolerantes y perfectos son, aunque no lo veamos demasiado, aunque no haya un hilo conductor en la historia, aunque la novela no tenga núcleo alguno. Sinceramente, es terrible.


Miedo, Kevin Brooks


Subtítulo del libro: cómo no escribir un libro sobre la ansiedad. En realidad, la premisa es interesante (pero casi todas las de los libros de Kevin Brooks tienen, al menos, potencial para serlo): un chico con ansiedad al que todo le da miedo se queda solo cuando su madre sale a comprar su medicina y, como no vuelve, debe salir a buscarla. Eso es lo único que está bien del libro, todo el resto está mal. La narración da tumbos y parece que, si hay un núcleo, es muy lejano. No tenemos tiempo de conocer a nadie y, aunque el protagonista y narrador se presenta exhaustivamente, acabé el libro sin tener ni idea de quién era o de si el personaje tenía motivaciones. El niño nos lo cuenta todo, pero nunca jamás nos muestra nada (o prácticamente nada) y me quedé con la sensación de que estaba tratando con un narrador muy tramposo que no sabía serlo, que no sabía contarme una historia. Y no hay final. Kevin Brooks detesta escribir finales, al parecer, porque el de este libro no existe.


Candy, Kevin Brooks


Misoginia casual mezclada con una historia un poco absurda de cómo un chico cree que puede salvar a una chica en la que nada se resuelve porque el autor no sabe resolver problemas y, en consecuencia, tampoco sabe escribir finales. Ya les di el resumen. Candy es una chica adicta que está metida en prostitución y el protagonista quiere salvarla a toda costa, pero no tiene idea de cómo. La historia me molesta porque es una historia en la que Candy nunca tiene agencia, al menos hasta el final. Todos, hasta el narrador y el escritor mismo, parecen verla hacia abajo porque es una adicta. Me la pasé gritando que, aunque ese libro creía que son nuestras elecciones las que nos hunden en la miseria, la verdad es que hay muchas cuestiones sociales que tienen que ver con las adicciones y que el libro estaba todo mal. Y hay un constante culpar a la mujer de todo, aunque no se nota tanto. 


El viento se llevará nuestras palabras, Doris Lessing


Doris Lessing dijo que a qué no podía escribir un libro que se basara solamente en su odio a la Unión Soviética y escribió esto. Doris Lessing dijo que a qué no podía escribir un libro que fuera un pésimo trabajo periodístico y escribió esto. Doris Lessing (oh, sí, tengo más) que a qué no podía escribir un libro en el que después de 2001 y de Vietnam creyera que Estados Unidos iba a salvar a alguien de verdad... y escribió el prólogo de esto. Y es una ganadora del Nobel, eh. Miren, yo le daré otra oportunidad con sus novelas, pero su no ficción para lo único que se me antoja es para criticarla. Quiere criticar al comunismo y lo único que hace es agarrar todas las falacias que se le ocurren en vez de construir una buena crítica. Quiere criticar a la Unión Soviética y todo lo que se le ocurre es listar todas las cosas que no pasaron con todo lo que SÍ pasó a su dispocisión. Apaga y vámonos. Lamentablemente lo leí para el maratón Guadalupe Reinas, lamentablemente. 


jueves, 13 de septiembre de 2018

Peligro de suerte, Norma Muñoz Ledo | Reseña

Sinopsis: La familia Pachón pasa por momentos difíciles: Fernando, el papá, perdió su empresa millonaria y se ve obligado a dejar la vida de lujos que disfrutaba con su familia; Rodolfo, el hijo mayor, piensa que todo es culpa de su mala suerte; Catarina, la menor, está deprimida por tener que cambiarse de casa; y Lucía, la mamá, deberá regresar a trabajar como profesora. Entre reflexiones y aprendizajes, entrañables amigos y divertidas peripecias, la familia Pachón intentará salir de esta situación, juntos descubrirán aque en la vida siempre hay que correr peligro de suerte...

Traigo un rant atorado y las 603 páginas de este libro tienen la culpa. Puedo decir que esperaba otra cosa de Norma Muñoz Ledo, pero como a ella sólo la conozco por su trabajo en el folclore mexicano, tengo que decir que realmente no sabía qué esperar de una novela suya que no lo involucrara. Puedo aceptar que tenía expectativas™, pero no que estas iban a caer tan bajo. Peligro de suerte es un libro que, sinceramente, me decepcionó. Y como cada que un libro me decepciona, vengo acá a hablar de él y a explicarles mis puntos. Ahora sí, como dijo Jack el Destripador, vamos por partes.

Para empezar, a las 603 páginas le sobran al menos 300. Tengo páginas y páginas llenas de escenas que nunca vuelven a ser relevantes después. Páginas y páginas que me explican historias que no sirven para la trama, no se rescatan más tarde, no tienen relevancia alguna y sólo ayudan a sumar páginas a una novela que no va a ninguna parte. Tomemos, por ejemplo, lo de la mala suerte. El primer capítulo nos cuenta cómo es que Rodolfo considera que tiene la peor suerte del planeta y que siempre pierde los volados. El asunto, que parecería que fuera hacer algo central en la novela y que va a jugar un papel muy importante, no vuelve a mencionarse hasta la página 500 totalmente en el sentido contrario: ¡WOW, DE REPENTE A RODOLFO SE LE ACABÓ LA MALA SUERTE! Para esos entonces, a ti ya se te había olvidado que el pinche Rodolfo tenía mala suerte. 

Así, la novela además está llena de pasajes y pasajes destinados exclusivamente a dar una moraleja a los niños. El libro, claro, considera que los niños que lo van a leer no son muy listos (considerando que está en la clasificación del Fondo de Cultura Económica, para los grandes lectores, yo diría que el libro comete un error) y explica las moralejas desde la boca de Lucía. Por ejemplo, más o menos al principio del libro, pongamos que van a visitar una escuela nueva para ver si hay lugar para Rodolfo y Catarina. La escena es inútil en el desarrollo del libro y es totalmente gratuita. Y yo digo que en vez de cinco páginas (acabo de ir a contarlas), cero hubieran estado mejor. En la escena en cuestión van a ver una escuela en la que la directora se porta muy mal, cuestiona a Lucía por creerla mamá soltera o divorciada y le dice que no aceptan niños de papás divorciados o separados porque esos "salen mal". Todo eso no vuelve a aparecer nunca jamás, los niños no van a esa escuela y sólo le sirve a Norma Muñoz Ledo para hacer ver que la mamá de nuestra familia, Lucía, no acepta esos comportamientos. Y no sé yo, hay otras mil formas más orgánicas de hacer el asunto.


Así pasa en todo el libro. De todas esas cosas y escenas relleno hay dos en particular que me hicieron enojar un poco más:

1. Cuando el atropellamiento de la niña pobre y mixe. Lorena, una ex amiga rica de Lucía, de cuando vivían en una zona muy exclusiva e iban a escuela cara, va a visitarla. La escena transcurre normalmente hasta que a la niña chiquita de Lorena se le sale decir que en el camino atropellaron a una niña pobre y que su mamá le dijo que no importaba. De repente, toda la familia Pachón, los protagonistas, salen al rescate de esta niña, la llevan al hospital y se pelean con la familia de Lorena, por ser, evidentemente, unos hijos de la chingada. En toda la escena, no recuerdo si la niña pobre y su mamá tienen nombre o dicen algo. No son más que el prop para hacer ver a la familia Pachón como una familia buena y preocupada que hace buenas obras. Además, son también el prop para mencionar que la abuela materna de los Pachón, Olga, es activista por los derechos indígenas y, evidentemente, va corriendo a ayudar a esta mamá y su hija atropellada. Se menciona que son mixes. La escena acaba. Nunca más se vuelve a mencionar. De repente, no me queda claro por qué todo esto. ¿Sólo fueron el prop, el adorno, para mostrarnos que los Pachón son buenos? ¿Los índigenas aparecen sólo en este libro como un instrumento para hacer ver a los protagonistas como los mejores? Puf, no sé que decirles, se me hace algo terrible.

 

2. La casual mención a los 43. Para lo único que sirvió en este libro que mencionaran a los 43 normalistas, fue para decirme que este libro está ambientado en 2014 y recordarme, otra vez, que la familia es buena. Por supuesto que tenemos que hablar de los 43. De lo que pasó. Por supuesto que la gente y los estudiantes de hoy en día tienen que saberlo. Como tenemos que hablar del 68, de la represión en las huelgas estudiantiles y muchas otras cosas. Pero, ¿tenemos que convertir un movimiento de protesta así en el prop para demostrar que somos buenas personas en los libros? No sé. No creo. No me parece bien. En Peligro de suerte no hay más relevancia para la casual mención que esa, demostrarnos que los protagonistas son woke, consientes políticamente, que son buenos y por eso, deberíamos empatizar con ellos. Si acaso, podríamos rescatar el hecho de que a Lucía, la mamá, le prohiben hablar del tema con sus alumnos y de ahí se puede rescatar que también se habla del control en la educación, pero nada más.

Y así está todo el libro. Hay personajes más necesitados que los protagonistas para demostrarnos que ellos son buenos a pesar de todo lo que perdieron. Hay un chico gay que vive en su edificio que existe para que ellos puedan demostrar que apoyan al colectivo LGBT. Y yo no quiero eso. Yo no quiero gays en mis libros para demostrar que los protagonistas son buenos y consientes, yo quiero gays en mis libros porque existen. Y así con todo.

 

Pasando a otro tema, también relacionado, es que siento que este libro quiere abarcarlo todo (ni que fueran Marx para crear toda una cosmovisión del mundo) y en consecuencia, no abarca ni madres. Abarca todas las protestas sociales que se le ocurren sin detenerse a pensar que los niños no están pendejos como para no darse cuenta, quiere meter la moraleja en todos lados (y por favor, volteen a ver a los libros de Bajo el Arcoiris, si hablamos de colectivo LGBT, eso es mejor), abarca a un papá borracho, a la adicción a los juegos, a la desesperación de no encontrar trabajo en la mediana edad (cosa que barre bajo la alfombra porque se le olvida entre tanta cosa), a las madres que son el soporte de sus familias, a... Todo. Todo. Y creo que puede haber novelas que abarquen todo eso que puse aquí, pero esta no es una de ellas. Es una que se olvida de los temas que trata conforme los va tratando y queda como ese collage feo que hiciste en primaria.

Y, partiendo de ahí, tenemos otro problema: el libro no tiene un núcleo narrativo. Nada une introducción, desarrollo, clímax y descenlance con la excepción de los personajes. Podría decir que el núcleo es la situación que viven (el perderlo todo), pero es una situación que no se revuelve en lo más mínimo hacia el final. El clímax no tiene nada que ver con el resto. El desarollo es... bueno, una colección de fábulas mal contadas. Dudoso todo.

 

Sobre los personajes, ya para terminar, sólo quiero decir que hay varias cosas que me hubieran gustado:

1. Que Rodolfo fuera un niño con el que es más fácil identificarse. La tuve muy difícil al principio porque Rodolfo es un niño mimado, cuya mayor queja es ir en una escuela tan exclusiva y que hace berrinche porque ya no hay dinero. Lo tuve particularmente difícil porque yo soy niña de una familia en sus condiciones. Y a los seis años tenía más consciencia que este niño al que quería zapear. Al menos puedo reconocer que es un personaje que cambia, se adapta y crece en el libro y que quizá otros empaticen con él.

2. Lucía y Mofeto son, de lejos, los mejores. La primera, el retrato de una madre que vive una doble carga, que se encarga de su familia y lleva de comer a la casa. El segundo, un amigo de Rodolfo que es gracioso, inteligente y que tiene la mejor frase de todo el libro: "Ay, miss, ya sé que soy bien corriente; si fuera trapo, sería jerga, y si fuera galleta, sería de animalito".

3. Se podría haber explorado más la situación de Fernando al no conseguir trabajo: es algo que se queda pura anécdota y nunca vuelve a aparecer.

4. Los vecinos son puro relleno (con la excepción de Mofeto y su papá), pero de repente son entretenidos. Por otro lado, a Gil Pachón, el primo, y a la Nonna Rossi, la abuela, los odio.

Mi conclusión sobre este libro es que si quieren escribir sobre la situación del país, sobre los estudiantes, sobre la pobreza, sobre los indígenas, sobre el colectivo LGBT, escriban de eso. Y si las editoriales quieren que se hable de eso, publiquen eso. No me salgan con una colección de fábulas rara, con nulo núcleo narrativo de una familia como cualquier otra que es muy buena y muy woke. Nos vemos la próxima.