Divagaciones de una Poulain
by Nea Poulain

miércoles, 22 de febrero de 2012

La dama del Nilo, Pauline Gedge | Reseña


Sinopsis: Mil seiscientos años antes que Cleopatra, reinó en Egipto Hatshepsut, una mujer extraordinaria no sólo por su inteligencia y su belleza, sino también por ser la primera mujer en la historia que gobernó con plenos derechos en un mundo dominado por los hombres. Según la tradición, los faraones de Egipto sólo podían gobernar si se casaban con una mujer de sangre real que, mediante el matrimonio, otorgaba al hombre la condición de soberano. Tan arraigada costumbre iba a romperse por primera vez hace treinta y cinco siglos, cuando el faraón reinante dictaminó que su hija Hatshepsut, de quince años, fuera consagrada primera emperatriz de la historia de Egipto. Hábil en la administración, audaz en la guerra y, sobre todo, entregada a su tierra y a su pueblo, la dama del Nilo supo defenderse de los celos y la insidia de sus enemigos y mantener el poder del imperio en el apogeo de su gloria.

La primera vez que le hablé de esté libro a mi papá, me preguntó de qué iba a y yo le conté de Hatshepsut, que fue nombrada Faraón, y antes de eso, Príncipe Heredero. Recuerdo que no me entendía, “¿por qué si era mujer la nombraron Faraón?” Me tomó años explicárselo y que comprendiera. Vamos, el título de Faraona, ni siquiera existía, lo que demuestra que el mundo era profundamente machista… —y que lo gobernaban los hombres, pues—. Pues bien, Hatshepsut fue mujer y fue nombrada faraón.

El libro comienza desde la infancia de la faraón, culminando en el momento de su muerte, despojada de todo su poder por su sobrino Tutmés (un personaje impresionante, por no decir más).

He de decir que la novela histórica siempre me ha gustado mucho, pero poca me apasiona tanto al punto de leer tan rápido. O hasta tan tarde, como esta. Tal vez porque habla de una mujer que destacó, ya no por su belleza, sino por su inteligencia, demostrando lo capaz que era de gobernar un imperio entero. Además, un imperio tan grane y tan poderoso como en su época lo fue Egipto.

Por otro lado, otro punto que me pareció excelente de la novela (ya para no marearlos con más cosas) son las peleas y/o discusiones verbales que mantienen Hastshepsut y Tutmés, su sobrino (que hubiera sido un digno hijo de ella, por la inteligencia que tiene).

Totalmente recomendable.

martes, 21 de febrero de 2012

Hablemos de Poesía (IV): El seminarista de los ojos negros

 Este poema me lo encontré ojeando el libro de mecanografía de mi mamá hace mucho tiempo, muchísimo, y me gustó de inmediato. Me costó bastante encontrar al autor, pero, bueno… acá se los dejo:


El seminarista de los ojos negros – Miguel Ramos Carrión
Desde la ventana de un casucho viejo
abierta en verano, cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientas la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello,
y que por la espalda casi roza el suelo.

Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.

Desde la ventana del casucho viejo
siempre sola y triste; rezando y cosiendo
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.

Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirla:  —¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.

En una lluviosa mañana de inverno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
por la angosta calle pasaba un entierro.

Un seminarista sin duda era el muerto;
pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
con la beca roja por cima cubierto,
y sobre la beca, el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.

La niña angustiada miraba el cortejo
los conoce a todos a fuerza de verlos...
tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
el seminarista de los ojos negros.

Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
y allá en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

La labor suspende, los mira, y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lágrimas de hielo.
Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
del seminarista de los ojos negros...

Miguel Ramos Carrión
Nea

lunes, 20 de febrero de 2012

Cazadores de Sombras: Ciudad de Cristal, Cassandra Clare | Reseña

Todo lo que quedó pendiente en Ciudad de Ceniza se resuelve definitivamente en este libro. El ritmo al que va te anima seguir leyendo y leyendo y leyendo, todo con tal de conocer el final.

Sinopsis: Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres-lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

Para empezar, Clary se enfrenta a problemas porque Jace se niega a que vaya a Idris…, y bueno, ya saben lo obstinado que puede ser Jace algunas veces. Además la tensión amorosa entre ellos está más presente que nunca. El te-amo-y-no-debería está en cada una de las escenas del libro en las que participan estos dos. Y a ser sincera, el incesto ese que se traen los dos me encanta. 

Por otro lado, hay un personaje nuevo (bueno, no sólo uno, pero sólo uno que, 1) no hace que lo odies a las tres frases y 2) es medianamente importante a la trama): Sebastián. Es un enigma. Esconde muchas cosas, y, por si fuera poco se muestra interesado —bastante interesado a decir verdad— en Clary y en ayudarme a buscar a Ragnor Fell, el brujo que sabe cómo despertar a su madre.

Y… ya no les cuento más. 
En sí la acción en todo el libro es trepidante, no se acaba nunca, hay más sorpresas a cada página y aunque a veces Clary se comporta un poco tonta, bueno, se le pasa. Enhorabuena, no la odio. Es la primera protagonista femenina que no odio en mucho, mucho tiempo.

Jace sigue siendo sexy, Alec y Magnus hacen lo suyo (sobre todo porque Alec lucha porque Magnus lo reconozca, cuando él ni siquiera le ha hablado de su relación a nadie más). Valentine sigue siendo odioso y se prepara para aplastar a todos los Cazadores de sombras que no lo apoyen, así que hay que encontrar una manera de detenerlo.

Y ya, si quieren saber más: Lean.

Julio de 2015: Me estoy preparando para un rediseño en el blog, leyendo reseñas viejas, cambiándoles los formatos y arreglándolas un poco. No tengo ni idea de por qué me gustó este libro, pero no me voy a poner ahora mismo a preguntármelo.