Divagaciones de una Poulain
by Nea Poulain

lunes, 9 de febrero de 2015

El español neutro es un mito

No existe


Antes de que se me abalancen, voy a decir mis razones para creer eso, porque no soy lingüista, ni mucho menos. Saber de lengua, de gramática y ortografía es sólo el resultado de leer, y leer mucho, los manuales de la RAE, lo que otras personas que sí saben escriben. Esto es para que quede claro que hablo quizá desde la ignorancia, pero también desde la experiencia (porque escribo y convivo con más gente que quiere escribir, aunque en pocos casos logro conectar con muchos de ellos).

La idea de que el español neutro no es más que un mito viene rondando desde que Sofía Olguín (escritora argentina, editora de Bajo el Arcoiris) publicó una entrada hace mucho tiempo: ¿Dialectofobia? Ahí hablaba de los cambios de la RAE que siguen dando, cinco años después, de qué hablar. Cito, tal cual, el párrafo que me hizo pensar muchas de estas cosas a las que le sigo dando vueltas, cinco años después:
Sepamos comprender la riqueza de las distintas variedades del español, no dejemos un libro de lado porque tiene palabras que no comprendemos, sepamos que el español neutro de la mayoría de las novelas traducidas es eso mismo: neutro. Es un dialecto inofensivo, que no tiene carga ideológica. Es un dialecto que no existe porque nadie lo habla. Es un dialecto pobre, más que pobre: paupérrimo. Pero sirve para lo que sirve, por supuesto. Es necesario. Pero no lo valoremos más de lo que se merece.
E incluso, al reparar en muchas novelas traducidas en supuesto español neutro me encuentro con algunas palabras como... bragas, coño, güay, moños refiriéndose a chongos, móvil, ordenador... Para mí eso no es español neutro. Son palabras que no conozco y que la primera vez que las vi, siendo niña (en especial con ordenador) tuve que ir a preguntarle a mi madre. Siempre que me piden que escriba en español neutro evito hacer comentarios, pero no me gusta. Recuerdo que alguna vez me comentaron que debería escribir de vosotros y no de ustedes

Cuando escribo algo ambientado en otro país evito expresiones puramente mexicanas, como pendejo, wey, madrear, madriza, pero nunca uso palabras que yo no use. En mis historias hay celulares y no móviles, hay computadoras y no ordenadores. En mis cuentos ambientados en México está repasado todo el chingonario y todas las groserías, todas las expresiones con madre que hay. No lo voy a dejar de hacer porque unos cuantos se sientan incómodos. Quiero que mis cuentos reflejen algo real, algo que existe, quiero que mis personajes, sobre todo con los que comparto nacionalidad, hablen como yo, como la gente de mi ciudad. No quiero personajes hablando un dialecto que nadie habla, porque no existe

No quiero nazis de la lengua, porque la lengua cambia, y lo que hoy se consideran palabras bien escritas y hasta cultas, hace mucho fueron vulgarismos. Si vieran, hace quinientos años, como escribimos ahora, se llevarían las manos a la cabeza igual que hacen algunas personas con los cambios a la RAE. La lengua cambia, avanza, evoluciona y quizá algo que ahora vemos como un error deje de serlo el siglo que viene. Las lenguas que no cambian son lenguas muertas, porque ya nadie las usa para comunicarse. 

Déjense de pendejadas con el español, con la RAE, y con los vulgarismos. Si quieren escribir, escriban y desmenucen las palabras, jueguen con ellas y creen otras nuevas (como dice Sofía en Peligro: fascistas de la lengua sueltos), hagan a sus personajes hablar como lo harían ustedes, porque sólo así serán reales; si quieren leer, lean, disfruten, pero jamás desvaloricen un libro por estar escrito en español mexicano o español argentino. Pero si quieren decir cosas sobre los cambios que hace la RAE, no los hagan a la ligera, porque pueden equivocarse (como por ejemplo, con la tilde de sólo, que sigue siendo obligatoria en caso de ambigüedad). Amen su idioma, háblenlo, pero no pretendan que no cambie nunca.

domingo, 8 de febrero de 2015

Gone Girl (no apta para los creyentes del matrimonio) | Reseña


Sinopsis: El día de su quinto aniversario de boda, Nick Dunne (Ben Affleck) informa que su esposa Amy (Rosamund Pike) ha desaparecido misteriosamente. Pero pronto la presión policial y mediática hace que el retrato de felicidad doméstica que ofrece Nick empiece a tambalearse. Además, su extraña conducta lo convierte en sospechoso, y todo el mundo comienza a preguntase si Nick mató a su esposa...

Fue la última película que vi, si la memoria no me falla. Con todo el hype que generaba esta película, y con una sinopsis que prometía un buen misterio, me decidí a verla, finalmente. Lo vale. Ya no por el misterio, sino por intentar adivinar como acabará un entuerto que parece aumentar a cada momento. Todo el mundo se pregunta si Nick mató a su esposa, ante esa manera demasiado despreocupada de actuar, esa manera de sonreír como si nada pasara. 


Hay que decirlo: el tipo comete todos los errores que es posible cometer. 

Además, por medio de flashbacks narrados gracias al diario de Amy conocemos detalles de la relación: desde la perfecta época en que todo era como una luna de miel perpetua, hasta que comenzaron los problemas. Sin embargo, nada de eso responde la pregunta que todo el mundo se está haciendo: ¿qué demonios pasó con Amy? 

Que papel. Papelazo.
Por otra parte, de lo más notable es la actuación de Rosamud Pike. ¿Quién diría que luego de ser la tierna Jane Bennet, hace ya bastantes años, se convertiría en el misterio de la cinta? Los giros de tuerca de la película son impresionantes. Quizá es que yo no sé nada de cine, pero a mí me mantuvieron al borde de la silla todo el tiempo. Y eso es lo que me gusta de una película: no saber que va a pasar. 

El casting de toda la película es un gran acierto. Incluido Tyler Perry, que añade un poco de comicidad a todo el asunto, Neil Patrick Harris alejado de un papel cómico, una chica con curvas cuyo único propósito es... mostrar curvas... y la actriz que interpreta a la hermana de Nick, gran actriz. 

viernes, 6 de febrero de 2015

El Club Dumas, Arturo Pérez-Reverte | Reseña

Sinopsis: ¿Puede un libro ser investigado policialmente como si de un crimen se tratara, utilizando como pistas sus páginas, papel, grabados y marcas de impresión, en un apasionante recorrido de tres siglos? Lucas Corso, mercenario de la bibliofilia, cazador de libros por cuenta ajena, debe encontrar respuesta a esa pregunta cuando recibe un doble encargo de sus clientes: autentificar un manuscrito de Los tres mosqueteros y descifrar el enigma de un extraño libro, quemado en 1667 con el hombre que lo imprimió. La indagación arrastra a Corso ¿y con él, irremediablemente al lector¿ a una peligrosa búsqueda que lo llevara de los archivos del Santo Oficio a los libros condenados, de las polvorientas librerías de viejo a las más selectas bibliotecas de los coleccionistas internacionales. Construida con excepcional talento narrativo, El club Dumas sitúa pieza a pieza una trama excitante, minuciosa y compleja, donde se dan cita los ingredientes de la novela clásica por entregas, los relatos policiacos y de misterio, los juegos de adivinación y las técnicas del folletín de aventuras.

Esto va de un libro que habla sobre libros. Mejor aún, que habla sobre libros antiguos. Y mejor que eso: que habla sobre libros antiguos envueltos en misterios que alguien tiene que resolver (especialmente, porque ya está en medio de ellos). 

Así que Lucas Corso, armado con un manuscrito de uno de los capítulos de Los tres mosqueteros (Le vin d'Anjou, para ser más específicos), presuntamente escrito a puño y letra por Dumas, cosa que le falta demostrar, y un libro que su dueño asegura que es falso, marcha por Francia, España y Portugal intentando desentrañar el misterio. Dos misterios son los que lo acompañan en su viaje y hay tantas casualidades que él está seguro de que se interconectan. Una historia de ocultismo y un folletín de aventuras. ¿Lo hacen? Bueno, ustedes pueden leer el libro para descubrirlo. 

He de decir que el misterio que cautivó más mi interés fue el libro de las Nueve puertas, en el que llega un punto que parece que estás jugando a encuentre las diferencias. Sólo que en nivel hardcore. Y con crímenes de por medio. La verdad, un libro maravilloso para cualquier fanático de la lectura, plagado de referencias aquí y allá, que spoilea Los Tres Mosqueteros completito (todo hay que decirlo, mejor leerlo antes). La vida de Athos, Porthos, Aramis y D'Artagnan se desmenuza entre las conversaciones mientras Lucas Corso intenta encontrar el hilo que une los dos libros, los dos misterios. 

Lucas Corso es, ante todo, un personaje enigmático. Sabemos que amó a alguien, porque se menciona, pero de su vida, nada. La inclusión de Irene Adler, tan enigmática y sorpresa, parece ser una pregunta sin respuesta. Irene Adler, pasaporte británico, residente de 221B Baker Street... A todas luces documentación falsa y fanática de Sherlock Holmes. Pero para un libro de misterios, ¿qué es uno más? 

Un libro bueno, interesante en general, recomendable para los fanáticos del misterio, de Dumas y de los mitos que recubren los libros viejos.