Divagaciones de una Poulain
by Nea Poulain
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domingo, 12 de mayo de 2019

Chicas Muertas, Selva Almada | Reseña

Sinopsis: Un relato que combina percepciones y recuerdos personales con la investigación de tres feminicidios que revela, de modo sutil, la ferocidad del machismo y el desamparo de las mujeres pobres. Tres asesinatos entre los cientos que no alcanzan para titulares de periódicos ni convocan a las cámaras de los canales de Buenos Aires. Tres casos que llegan desordenados: los anuncia la radio, los conmemora un diario de un pueblo, alguien los recuerda en una conversación. Tres crímenes ocurridos en el interior del país, mientras Argentina festejaba el regreso de la democracia. Tres muertes sin culpables. Convertidos en obsesión con el paso de los años, estos casos dan lugar a una investigación atípica e infructuosa.

No puedo decir que me muriera por reseñar este libro.

No me gusta hablar de feminicidios, mucho menos viviendo en un país donde es algo que ocurre en promedio, nueve veces por día. De todos modos, quería hablar un poco de él. Se lo dejé a la suerte (las encuestas de tuiter) y después de un par, votaron porque lo reseñara, así que aquí estoy. Voy a hablar de Chicas Muertas. Y de Selva Almada. Y de los feminicidios, porque son el tema central del libro y es un tema que atraviesa a las mujeres, especialmente a las mujeres de clase trabajadora, que son la clase de mujeres que encontraron en los campos algodoneros de Juárez en los noventas, las que aparecen en el río de los remedios en el Estado de México, las que aparecen en campos baldíos, abandonadas. El feminicidio nos atraviesa.


Chicas Muertas es un híbrido entre novela, crónica, ensayo, crónica novelizada o algo así. Es una manera de acercarse a los feminicidios y hablar de ellos. Hay muchas veces que, como ya he dicho en muchas reseñas, la ficción nos permite imaginarnos mundos mejores, otras veces nos permite imaginarnos mundos mucho peores que queremos mejorar porque nunca paramos de soñar con mundos mejores. Pero también muchas veces y con muchos libros publicados en este tiempo dentro de latinoamérica: muestran partes de nuestra realidad. Es algo que abordé en el ensayo que escribí para Infiltradas, sobre cómo las mujeres en latinoamérica muchas veces abordan la realidad que viven las mujeres en el continente desde distintas maneras de narrar y contar historias, incluso desde distintos géneros. Sí, por si no lo sabían, me publicaron en un libro. Si quieren saber más pueden hablarme al tuiter o conseguir el libro en este link de la editorial Palabaristas. Ahora sí, Chicas Muertas.
Yo tenía trece años y esa mañana, la noticia de la chica muerta, me llegó como una revelación. Mi casa, la casa de cualquier adolescente, no era el lugar más seguro en el mundo. Adentro de tu casa podían matarte. El horror podía vivir bajo el mismo techo que vos.
 

Chicas Muertas recupera tres casos de feminicidio, aislados entre ellos (aunque en realidad el feminicidio es simplemente una forma que tiene de manifestarse este sistema en el que vivimos, no es algo aislado como tal) y Selva Almada toma como misión juntar los huesos de las chicas, armarlas, contar su historia y dejarlas correr hacia donde tengan que ir. A veces, detrás de las horribles estadísticas se nos olvida que hay seres humanos. Es algo común. Las estadísticas son sólo números y, para algunos, ver el horror en números es mejor que pensar en las personas que mueren. Para mí es igualmente horrible, porque la estadística, los números y todo lo que tiene que ver con matemáticas son otro lenguaje que construimos para poder explicar lo que sucede a nuestro alrededor. No puedo olvidar que en la estadística de México (9 mujeres muertas cada día en las que el caso es tipificado como feminicidio) hay personas, hay vidas y hay historias. Y en las estadísticas de Argentina y de toda América Latina pasa lo mismo.


Además de contar la historia de tres feminicidios, entre las páginas del libro de Selva Almada, se esconden otro montón de cosas que afectan y atraviesan a las mujeres. Especialmente, a las trabajadoras. Las mujeres que dependen de sus maridos porque viven en un sistema que las condenó a lo doméstico, sin posibilidades de emanciparse. Maridos que las violentan. Historias de violencia sexual, de mujeres que tienen miedo, que temen por sus hijas, que buscan a sus hijas desaparecidas sin descanso. Hay un fragmento en el libro en el que la narradora cuenta cómo le impactó una vez la noticia de que una mujer de su barrio, la esposa del carnicero López, lo hubiera denunciado por violación.
¿Cómo podía ser que el marido la violara? Los violadores siempre eran hombres desconocidos que agarraban a una mujer y se la llevaban a algún descampado o que entraban a su casa forzando una puerta. [...] Nunca nos dijeron que podía violarte tu marido, tu papá, tu hermano, tu primo, un vecino, tu abuelo, tu maestro. Un varón en el que depositaras toda tu confianza.
No les puedo decir que sea una lectura agradable. Es una lectura corta, pero aún así desgarradora porque siempre es desgarrador leer sobre el tema. Es un libro que, además, explora el duelo de las familias, de los amigos y de todos los cercanos, lo que lo hace aún más difícil, complicado y pesado. Habla de las mujeres muertas, poniéndolas al centro, pero también de los que se quedan atrás. De las madres, las hermanas, los hermanos, los padres, los novios, de sus duelos y cómo viven, a veces, el no saber si las desaparecidas están vivas o muertas, como viven el no saber dónde están sus restos, si es que hay restos. Los feminicidios muchas veces son una historia sin terminar. En las novelas policiacas, que los usan a diestra y siniestra para que, durante el curso de la novela un o una detective busquen a un asesino, siempre hay una recompensa, siempre lo atrapan, siempre quedas con la sensación de que se hizo justicia. Eso no ocurre en la realidad. La realidad es que en México y también en Argentina, la mayoría de los feminicidios quedan impunes. Y eso es algo que se ve en el libro, que se siente, algo que continuamente transmite la prosa de Almada.


Finalmente, para concluir: ¿recomiendo este libro? Claro que sí. Me parece que es un libro desgarrador, pero con mucha fuerza. Almada es buena escritora y, además, es increíblemente sensible al momento de contar las historias de las tres chicas muertas. Así que sí, claro, lo recomiendo.

miércoles, 19 de octubre de 2016

#NiUnaMenos


No sé cuando empecé a ser consiente de que a las mujeres nos mataban por ser mujeres. Crecí escuchando las noticias de las muertas de Juárez sin saber exactamente por qué eran noticia o por qué era tan importante remarcar que eran mujeres. Crecí también, creyendo que si un chico te molestaba era porque le gustabas. Todos juraban que eso era verdad, que estaba bien que un chico te jalara las trenzas porque eso significaba que le gustabas. No importaba que tuvieras cinco años, estuvieras en pre primaria y no supieras lo que significaba gustarle a alguien. Pero también tuve suerte. Tuve padres que me dejaron tener los juguetes que quise sin decirme que algo era de niñas o de niños. Me dejaron tener espadas, carritos y a todas las princesas que quise. Pero mientras yo crecía en esa burbuja, a las mujeres ya las estaban matando por ser mujeres. 

Así que perdonarán que hoy haga un pequeño paréntesis en mis aventuras en la India y hable de un tema que nos afecta a todas. Y a todos. Porque somos la mitad de la población y nos matan por ser el sexo débil, por decir que no, por rechazar a alguien, nos matan porque ya nos violaron, nos matan porque igual creyeron que lo íbamos buscando como íbamos vestidas, nos matan porque cortamos con alguien. Busquen las historias, los nombres. A las muertas las mataron sus ex novios, sus ex maridos, sus parejas, sus violadores.

Ayer explotó algo y hoy declararon paro de mujeres. Total, si no importamos, que produzcan sin nosotras, ¿no? Si la gente se indigna más por un graffiti en una pared (vandalismo, sí, si quieren) que nuestras vidas yo también quisiera ser pared para que la gente se escandalizará así cuando me toquen sin mi permiso. En vez de eso, me dicen exagerada, loca, feminazi. Todo eso, si quieren, pero me da miedo caminar sola de noche, me cambio de acera si me sigue algún hombre y siempre tengo el celular en la mano por si algo pasa. Pero de repente ayer me detuve a ver a la gente, sobre todo a los que estaban sorprendidos de que fuéramos tantas mujeres enojadas y de que lo estuviéramos tanto. ¿A poco no se dieron cuenta de que nos están matando?

Los números son claros. Al día, en México, siete mujeres son víctimas de feminicidios al día. Feminicidio es considerado como tal si la víctima presenta signos de violencia sexual, si tiene lesiones o mutilaciones, si existen antecedentes de violencia familiar, laboral o escolar de su agresor, que haya existido una relación sentimental o amenazas, entre otras características. En el Estado de México, durante los primeros meses de este año, ya había 121 casos de feminicidio. Y la cosa no es sólo en México. Es un problema que está afectando a toda latinoamérica, a todo el mundo. Nos están matando y a la vez están sorprendidos de la rabia, del enojo. Están indignados porque en Argentina rayan paredes, pero no porque nos matan todos los días. En fin, no juzgo. Cada quien tiene derecho a indignarse por lo que le de la gana. Nosotras también.



Si nos están matando, lo lógico es que alcemos la voz.

Ya me han explicado que en vez de indignarme por los feminicidios, debo de indignarme por las niñas en Somalia o las mujeres en Arabia Saudí. Por ellas también me indigno. También son mujeres, también sufren la violencia ―mucho peor que yo, porque ellas no tienen las oportunidades que yo, no les tocó mi vida medio privilegiada, no les tocó mi familia, ni mi educación y mucho menos mis oportunidades―. Me duelen. Pero reclamar los derechos no es algo excluyente. No le estoy negando nada a nadie, no estoy atropellando la libertad de nadie. Porque la verdad es que tengo miedo. A mí me dijeron que en la India tuviera cuidado y lo he tenido ―aunque me da rabia, todavía, decirle a un hombre que le conteste al chico que me está acosando o que no me pierda de vista en una fiesta porque tengo a un stalker a cinco metros o no andar sola muy de noche― pero donde vivo en México, donde está mi casa, zona supuestamente segura donde no pasa nada, van más de seis chicas desaparecidas y encontradas muertas en menos de dos meses. ¿Cómo no voy a tener miedo?



A pesar de todo, todavía hay quien insiste que en vez de #NiUnaMenos debería ser #NadieMenos. Mire usted, cuando ande caminando de noche en la calle, con miedo, con celular en la mano, o con las llaves, cuando mejor no salga porque le podría pasar algo, cuando a usted le digan que se lo andaba buscado por la ropa que traía o cuando la sociedad entera insista que cuando una mujer dice que no, en realidad quiere decir que sí, pero se está haciendo la difícil, entonces viene y me dice #NadieMenos. Porque disculpe usted, pero nos están matando.

Es que es bien chistoso. Nada más se les ocurre venir a reclamar sus derechos cuando a las mujeres nos da por reclamar los nuestros. Yo ya entendí que me van a decir exagerada y feminazi, que algunos hasta se atreveran a decirme que las mujeres calladas se ven más bonitas, pero ya no puedo entrar a ese juego y ya no quiero. Hoy la cosa se trata de las mujeres, de nuestras historias, de que no seamos un número. Decir que asesinan a 7 mujeres en México al día por el hecho de ser mujeres es impactante, pero no deja de ser un número. Póngales cara, nombre, edad e historia a las víctimas. Pueden encontrar una recopilación en Facebook, de donde la mayoría de los casos son de Argentina, si no, sólo sigan las noticias.


En fin, hoy quiero que piensen que ya ha sido suficiente y que si nosotras no gritamos por nuestras vidas no lo va a hacer nadie. #NiUnaMenos. Aunque haya a quien le duela.